Por Selene Guglielmi
En esta otra “arma” para manejar la ansiedad y las preocupaciones, vivimos nuestro cuerpo, sentados en meditación, de preferencia con los pies apoyados al suelo, como si fuéramos una montaña imponente, inmóvil, sólidamente unida a la tierra.
Este ejercicio de meditación nos ayuda a centrarnos cuando nos encontramos en la situación de tener que afrontar momentos particularmente turbulentos en nuestras vidas. Imaginar y encarnar la estabilidad de una montaña nos entrenará a estar presentes en las condiciones adversas del mundo y a aquellas interiores.
Duración: al menos 10-15 minutos, pero podemos dedicarle el tiempo que sintamos oportuno en ese momento.
Instrucciones:
Siéntate como en la meditación de la respiración, en una posición cómoda pero con la espalda derecha sin estar demasiado rígido.
Imagina ahora una montaña, que a nuestros ojos encarne la majestuosidad y lo maravilloso de la naturaleza. Puede ser una montaña que ya hayas visto en verdad o en fotografía, una que hayas escalado o simplemente imaginado, no importa.
Observa su base que hunde sus raíces en la corteza terrestre, hasta la cima que se perfila imponente en el cielo, ocupando su lugar majestuoso en el paisaje. Observa ahora sus características: la solidez, la magnificencia, la inmovilidad, la belleza, su duración en los siglos.
Piensa al tiempo que pasa, al día que luego se convierte en noche. A los cambios climáticos por los que la montaña atraviesa, estación tras estación, año tras año, mientras ella resiste en su lugar, imperturbable, inmóvil, de frente a cualquier situación.
Imagina ahora que tú eres esa montaña, mientras estas sentado con los pies apoyados en el suelo. Nuestro cuerpo es la majestuosa masa de la montaña, imponente, perfectamente integrada a la tierra. Nuestros brazos son sus pendientes, nuestra cabeza es la cima que llega hasta las nubes.
Observa tus cualidades, similares a las de la montaña. Siéntete como ella, encarna la inmovilidad, la solidez, la belleza y la presencia, que no se ve perturbada por ninguna condición atmosférica. Estás aquí desde hace tiempo, mucho tiempo. También tú cambias, como todas las cosas, pero lo hacemos muy lentamente, a través de los siglos.
Imagina que te roza la lluvia, el sol, la nieve y permanecemos presentes, majestuosos, a lo que se manifiesta, sin ninguna tentación de resistir o huir. Pueden suceder turbulencias, altas y bajas, eventos de la vida, fuera y dentro de nosotros. En cualquier condición, nosotros estamos en paz y firmes como la montaña.
Cuando la mente viaje, recondúcela con gentileza a la sensación de ser una montaña. Si prefieres, puedes quedarte un poco más concentrado en la montaña en tu mente, antes de empezar a percibirla en el cuerpo. No forcemos las percepciones. En este ejercicio lo importante no es sentirnos a fuerzas como la montaña: se trata de una invitación a cultivar una cualidad y no a forzar una percepción.
Imagina ahora que sea primavera. Observa qué se siente al ser una montaña en esta estación, cuando la vida se despierta y el sol inicia a calentar nuestras pendientes. Algunos días son cálidos y soleados, otros el clima cambia, y regresan el frío y las nubes. Nosotros estamos siempre ahí, de día y de noche y experimentamos, con solidez y firmeza, todos los cambios que ocurren sobre nosotros y alrededor de nosotros.
Imagina ahora que llega el verano. Los días son siempre más calientes, los animales buscan repararse del sol, los ríos se van secando. De repente llegan las tormentas, que se desatan con toda su fuerza, con viento, relámpagos y lluvia. Y nosotros estamos aquí, a observar, día tras día, inmóviles y sólidos, recibimos todo lo que sucede.
Imagina ahora el otoño que va llegando. Las noches inician a ser frescas. Las hojas de los arboles empiezan a cambiar de color y los pájaros a emigrar. Cada día es diferente. La lluvia es frecuente, cae sobre las hojas que caen de los arboles, recubriendo el terreno. Las nubes muchas veces nos envuelven completamente. Y mientras todo esto ocurre, nosotros nos quedamos firmes e inalterados.
Hace cada vez más frío, cae la primera nieve, que nos recubre completamente. Todo cambia de aspecto. El viento es frío, los ríos congelan. Pero nosotros logramos recibir todo, impávidos e inmóviles. Quédate un poco con la experiencia de la montaña en invierno.
Y ahora las jornadas de sol inician gradualmente a derretir la nieve, descubriendo la tierra debajo. Observamos los primeros retoños, la vida que vuelve a despertar. La primera viene llegando de nuevo…
Cuando sientas que hayas explorado cada estación, termina tu meditación tratando de mantener, cuando te levantes, la sintonía con la cualidad de la montaña.
Cada vez que lo recuerdes, especialmente en momentos difíciles o de estrés, reconduce tu atención a esta conciencia.
Un comentario en “Meditación de la montaña”