Según el Diccionario de la Real Academia Española es:
“Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o trastornos psicológicos a veces graves”. Los estímulos que desencadenan estas reacciones son también conocidos como “estresores“.
Por psicosomático entendemos un trastorno psicológico originado en la mente y que posteriormente se manifiesta en el cuerpo generando afecciones en el organismo.
Los trastornos psicosomáticos son aquellos que generan síntomas, como dolor o molestias que no se atribuyen a una condición o disfunción fisiológica, por lo que el origen de la sintomatología es contemplado como psicológico.
Esta enfermedad puede estar desencadenada por situaciones de estrés, de sedentarismo, del consumo de sustancias perjudiciales para la salud, de una mala nutrición, y cualquier otra situación que generan en la persona ansiedad, depresión y angustia.
El dolor es el principal síntoma de un trastorno psicosomático, el cual puede manifestarse en cualquier parte del cuerpo, además suele estar acompañado de dolores musculares, problemas de espalda, agotamiento y problemas estomacales. Por lo que diferenciar o encontrar la causa del problema no es tan sencillo.
Asimismo generalmente los trastornos psicosomáticos están vinculados a síndromes físicos como la fibromialgia, el síndrome de fatiga crónica, la migraña, colon irritable, trastornos depresivos y de ansiedad.
Nuestro hipotálamo controla la actividad de nuestros sistemas simpático y parasimpático (que respectivamente acelera los procesos internos del cuerpo, y estimula la relajación y la recuperación del mismo), y es el interruptor del sistema nervioso autónomo representando el centro de las emociones. Por lo mismo, es innegable que nuestras emociones están íntimamente relacionadas con algunos síntomas que nuestro cuerpo presenta.
En la evolución del ser humano, el hombre primitivo por situaciones de peligro como por ejemplo encontrarse de frente a un animal salvaje, para salvar nuestra vida se detonaba una reacción de lucha o huida, que aún conservamos en la era moderna. Lástima que ya no estemos en peligro de ser devorados por un león en la sabana, y que nuestro cerebro no distinga entre una amenaza externa y real como un animal feroz, o una amenaza interna como puede ser un pensamiento negativo y auto-destructivo. Y es delante a este tipo de “amenazas” que nosotros interpretamos como peligros que el cuerpo entra en tensión, nuestra mente advierte esta tensión del cuerpo y lo lee como amenaza y por lo tanto se aumenta la tensión física y nos provoca aumento de la frecuencia cardíaca, de la presión arterial, las arterias se restringen y las venas se dilatan para favorecer que la sangre regrese al corazón y garantizar que los músculos tengan suficiente para entrar prontamente en acción, también se aumenta la respiración y la apertura de las vías respiratorias para aumentar el aporte de oxígeno, los vasos que irrigan la piel y las zonas periféricas se reducen para prevenir pérdidas de sangre en caso de heridas, se aumenta la sudoración para regular la temperatura durante el esfuerzo muscular, aumenta la densidad de la sangre para prepararse a detener eventuales hemorragias, etc.,etc.,etc.
Como puedes ver, nuestro cuerpo es sabio y entran en juego muchos mecanismos para defenderse de los “peligros” o al menos, de lo que interpretamos como tales.
El problema es que ante estas interpretaciones falsas de amenazas externas que en realidad no son más que producto de nuestras preocupaciones, temores y angustias, experimentamos el pico de energía de la epinefrina y el cortisol, pero sin ver como posibles soluciones la lucha o la huida, no obtenemos la consecuente descarga física y tampoco la fase de la recuperación que en cambio obtenemos si por ejemplo logramos un reto (vivimos la fase de estrés, pero al lograr lo cometido liberamos esa energía pasando a un momento de relajación, de recuperación de energía). Por lo tanto, esa energía que habíamos liberado y que nos produce tensión no tiene salida, y se retiene y acumula en nuestro organismo provocándonos un sinfín de malestares.
Hoy en día, la mayoría del estrés que experimentamos deriva principalmente de:
- Amenazas reales e imaginarias a nuestra posición social
- Frustraciones
- Expectativas
- Contratiempos cotidianos
Sin embargo, si esto se vuelve crónico, las consecuencias para nuestro bienestar son importantes, se crea un estado de sobrecarga que nos lleva a padecer, entre otros, de:
- tensiones musculares
- ansia
- nerviosismo
- palpitaciones
- hipertensión
- debilitamiento de nuestro sistema inmunológico
- trastornos digestivos
- dolor de cabeza y de espalda crónicos
- trastornos del sueño
- depresión…
Por eso es de vital importancia cambiar la manera en que respondemos a estos estresores, que pueden ser desde el tráfico por la mañana, a la discusión que tuvimos con nuestro jefe o que las cosas no salieran como deseábamos, y que tan solo con un trabajo constante y diario de conciencia, a través de las varias técnicas de mindfulness, es posible gradualmente detener o al menos reducir los efectos negativos del ciclo de la reactividad, aprendiendo a responder y no a reaccionar al estrés.
Aprender a concentrarse en el presente y con la conciencia siempre activa es más sencillo aprender a distinguir entre estresores reales e imaginarios, y por lo tanto, ante una amenaza imaginaria, como puede ser un pensamiento negativo orientado hacia el futuro, podemos detectarlo y detenernos un instante para cuestionar si en verdad eso es real y detener el efecto devastador para nuestra mente y cuerpo.
Hay que adoptar estrategias de adaptación apropiadas que van a contrastar aquellas inapropiadas como pueden ser el abuso de alcohol, drogas, fármacos, cafeína, cigarro, consumo excesivo de alimentos, hiperactividad, exceso de trabajo… que luego, inevitablemente, llevan a un colapso físico y/o mental de la persona.
El primer paso es el de romper el círculo vicioso, es decir, ser conscientes de lo que nos esté sucediendo, en el momento en que esté sucediendo para poder hacer una elección diferente. Empezamos con llevar nuestra atención completa a nuestra respiración, y podemos llevar nuestra consciencia a nuestros pensamientos y emociones que emergen, y a qué le pasa a nuestro cuerpo… y éste reconocimiento ya reduce la intensidad de la reacción de estrés y su efecto en nosotros.
Gracias a la práctica constante y las varias ocasiones para entrenarnos en esto que nos ofrece la vida diaria, podemos lograr identificar la reacción al estrés antes que ésta se manifieste completamente, y transformarla en una respuesta adecuada. Habrá días en que no lograremos hacerlo, es normal, pero es importante recordar que responder al estrés no significa reprimir nuestras emociones o no sentirnos de vez en cuando abrumados por ellas, sino aprender a observar y a trabajar con nuestras reacciones físicas y mentales para que éstas no nos arrollen automáticamente.
A través de nuestra conciencia nos damos cuenta de cómo algunas de nuestras reacciones excesivas pueden ser provocadas por una percepción equivocada, desequilibrada o limitada de la realidad.
Saber que podemos responder en lugar de reaccionar, nos devuelve poder, nos permite relajarnos, aumentar la confianza en nosotros mismos y de ver las cosas con mayor claridad y calma.
Si quieres comenzar a trabajar en esto, te invito a checar mis posts anteriores sobre mindfulness, las meditaciones y técnicas que te propongo las he aprendido en mi curso donde obtuve el título de Facilitadora Mindfulness, con el cual puedo ayudarte a trabajar en tu conciencia y presencia, para que obtengas beneficios a nivel físico y emocional.
En mi próximo artículo te hablaré de algunos significados de síntomas que todos hemos padecido alguna vez (o que desgraciadamente se han vuelto crónicos), basados en un libro super interesante escrito por Claudia Rainville, bióloga y psicoterapeuta nacida en Canadá, fundadora de la “Metamedicina” (un método terapéutico revolucionario que va más allá del síntoma, centrándose más bien en las causas del malestar o enfermedad). No te lo pierdas!!!